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sábado, 23 de diciembre de 2017

Amalia: espías, amantes y monstruos


                                                             
                                                    Alberto Julián Pérez ©
                          

            Amalia es la gran novela argentina de la primera parte del siglo XIX; publicada en su primera edición en 1851, y en una segunda edición aumentada y corregida en 1855, Amalia inicia oficialmente el ciclo de lo que podemos llamar “la novela nacional argentina”. Si bien hubo otros intentos novelísticos anteriores, la crítica reconoce el valor fundacional de esta novela.[1]
            El mundo americano que emergía después de varios siglos de colonización europea no podía permanecer ajeno al poder de seducción de la novela. El nacimiento a la vida nacional independiente de los países de todo el hemisferio requería la creación de una cultura propia y una literatura nacional; después de largos siglos de colonialismo europeo la novela aparecía como un terreno literario aún no conquistado por los escritores criollos, a pesar del temprano y brillante desarrollo del género en España.
            En 1851, como en 1840, época que describe Amalia, aún estaban sin resolverse las cuestiones fundamentales que hacen a la creación de una vida nacional independiente: los límites territoriales del Estado nacional, el sistema de gobierno definitivo, su Constitución y leyes fundamentales. La inminencia del futuro tiñe las ideas de todos los jóvenes intelectuales y artistas de la época con un sentido utópico y de proyección temporal, que da a sus escritos un sentido total de modernidad. Es la generación que está por fundar el Estado nacional permanente, que pelea por ocupar un lugar en esa nación por hacerse, que se rebela contra el gobierno de los caudillos regionales, a los que considera impostores, que quiere liderar una revolución cultural y política que impida la profundización de lo que consideran la contrarrevolución rosista, y restablezca los valores originales de la Revolución de 1810, simbolizados en lo que llaman los principios de Mayo (Echeverría 57-97).
            Ese movimiento, ese desplazamiento temporal en Amalia, entre el pasado reciente (que Mármol finge pasado más lejano, para quedar dentro de las convenciones del subgénero novelístico, la novela histórica), y el futuro inminente, que sobrevendría una vez que se realizara lo que ellos trataban de facilitar: la caída del Dictador y el establecimiento de un régimen republicano liberal, se refleja a su vez en un desplazamiento argumental y espacial de la novela entre el mundo público y político y la vida privada de los personajes. Amalia es una novela a dos voces (como gran parte de la literatura de la época, que oscila entre lo elevado y culto, y lo regional y costumbrista, cada una con su modulación lingüística reconocible): las voces de los personajes públicos (del espía unitario Daniel Bello y de los personajes políticos que éste encuentra, incluido Rosas, su hija Manuelita, el ministro Arana y otros), y las voces sentimentales del mundo privado del amor (la pareja de Eduardo Belgrano y de Amalia).
            Amalia se mueve entre un mundo político y público, que reconoce filiaciones épicas o neoépicas, y el mundo sentimental romántico, en que los personajes proyectan su utopía de futuro: la patria libre, la felicidad de la vida familiar en paz. Dentro del mundo romántico de la novela descubrimos el heroísmo y espíritu de sacrificio de los amantes, su nobleza, su idealismo, su belleza, su elevación social; en el mundo político, en cambio, priva el realismo, el interés personal, es un mundo grotesco, desagradable, cruel, “bárbaro”. La barbarie, en este caso, se identifica con lo feo, lo grosero, lo vulgar; tiene una connotación estética además de moral. Este modo de entender la barbarie conlleva la condenación de los valores rurales, de las costumbres del pueblo bajo, de la relación política del caudillo popular con las masas. Implica la negación de la sociedad abierta, multirracial, que había emergido al fin del período colonial, y es una proyección del deseo de lograr una sociedad selecta, culta, europeísta, de elegidos, una sociedad que representara el nuevo gusto urbano de la pequeña burguesía, sus valores cosmopolitas modernos, su nueva concepción de la economía política.
            La novela vincula el mundo público de la política rosista de 1840 (en momentos en que el General Lavalle se aprestaba a invadir la provincia de Buenos Aires y en que la sociedad paramilitar de la Mazorca, que reunía a los rosistas “celosos”, incrementaba su presencia represiva en defensa del régimen), y el mundo privado de los ciudadanos de Buenos Aires (la historia sentimental de dos jóvenes que encuentran el amor pasional, desinteresado, romántico). En medio de las peripecias de la resistencia política y militar a Rosas, encuentra José Mármol para cada mundo su lugar, y para cada historia su final adecuado: para la historia política, el fracaso de la insurrección pero el triunfo de los héroes, que sobreviven milagrosamente, manteniéndose el espíritu de insurrección y resistencia vivo para el futuro; para la historia sentimental, el fin romántico: la muerte del amante, Eduardo Belgrano, y el abatimiento total de Amalia, víctima del sino fatal que la lleva a perder el amor poco después de haberlo encontrado por primera vez en su vida.
            Ambas historias se entretejen, como se entreteje el destino nacional de la patria en la vida histórica real de la época, entre el sacrificio personal, la frustración de las ambiciones de los jóvenes proscriptos argentinos, obligados a vivir en un medio social ajeno enrarecido (en la ciudad de Montevideo en pie de guerra, sitiada, repleta de soldados de distintas nacionalidades, agitada por el periodismo partidario y la oposición a Rosas [Sarmiento, Viajes 19-58]), donde la vida pública, reprimida y deformada por las circunstancias, los lleva a convertirse en conspiradores en el exilio. Si el autor trata de manejar en su narración esa materia narrativa indócil, que se le escapa de los modelos genéricos aceptados, hasta confundir la novela de intriga política con la trama romántica sentimental, también lucha por imponer un orden al caos social que caracteriza a la época: así divide a los personajes en buenos y malos, en civilizados y bárbaros, y dentro de cada bando, en serios y cómicos. La narración aspira a un orden, a un orden que puede parecerle demasiado rígido al lector contemporáneo, pero que tenía sentido en el Río de la Plata de 1851, dominado por las luchas civiles, la intolerancia política y la tiranía. En esas circunstancias, desde el punto de vista de las elites liberales, sólo se podía ser militante y defender la legitimidad de un partido: el liberal, el partido sucesor de los antiguos unitarios, pero purgado de sus errores (como lo pretendían los jóvenes de la Generación del 37), el partido que luchaba contra la tiranía, contra la “barbarie”. En el mundo dicotómico de la novela, los personajes y el narrador eligen un bando. Es una novela partidaria de lucha política, de feroz resistencia contra la tiranía.
            Para organizar el mundo social Mármol tiene que crear su sociedad selecta ideal, pequeño-burguesa, culta, de la que queda excluida, como antes en “El matadero” de Echeverría, todo el sector inculto, marginal, proletario: los gauchos rosistas y los negros y negras que apoyan incondicionalmente al régimen, los indios de los que se vale Rosas en su política práctica y sin principios. Y dentro de las clases pudientes excluye a los propietarios rurales y ganaderos comprometidos con el rosismo (su principal base político-económica de poder), y a los sectores urbanos porteños de pequeños comerciantes que son cómplices de Rosas, voluntaria o involuntariamente. Esta sociedad está en un estado de crisis, por la guerra de invasión del ejército del General Lavalle, y priva la violencia y el terror. La sociedad educada parece estar acosada en el Buenos Aires de entonces, y a los disidentes lo único que les queda es emigrar, para luchar desde el extranjero, o luchar allí en la clandestinidad, con gran riesgo para la propia vida. A diferencia de lo que hicieron los jóvenes de la Generación del 37, Sarmiento, Echeverría, Mármol, Alberdi, López, Gutiérrez, que eligieron el exilio, los personajes de Mármol eligen quedarse y luchar, trayendo al texto quizá las aspiraciones frustradas del autor, o una especie de justicia poética, por la cual los personajes son lo que esos jóvenes hubieran deseado ser y no fueron: luchadores heroicos que se juegan la vida (y la pierden) luchando contra Rosas en Buenos Aires, liderando la resistencia, actuando como una vanguardia, espiando contra el régimen, saboteándolo.
            En el comienzo de la novela el narrador presenta a un grupo de personajes que intentan emigrar y quieren ir a la Banda Oriental del Uruguay, a unirse al ejército de Lavalle. Pone en primer plano la elección posible de esos hombres: resistir en Buenos Aires o emigrar (Amalia 4). El grupo es descubierto y fracasa en su intento, pagando su osadía con sangre. Sólo se salva Eduardo Belgrano, el héroe sentimental de la novela, gracias a la oportuna participación de su amigo Daniel Bello, el héroe político, el avezado espía que se mueve entre dos mundos (como Mármol mueve su novela dentro de los mundos pertinentes de géneros diversos). ¿Cómo es que se había enterado la policía rosista que un grupo de unitarios emigraba? Gracias a una delación, gracias a la intriga del espía Merlo. ¿Y cómo se frustran los planes de la Mazorca? Gracias a la participación providencial del espía Daniel Bello. Los espías, los conspiradores, mueven secretamente la trama del mundo político de la novela. Es un mundo político moderno dominado por la actividad incesante de los ideólogos: Daniel Bello, Florencio Varela, Juan Manuel de Rosas, Doña María Josefa Ezcurra.
            La novela presenta una cantidad numerosa de ensayos históricos intercalados: el saber ocupa un lugar, tanto para el lector (para él son los persuasivos ensayos históricos partidarios) como para los personajes. En el mundo laberíntico en el que intrigan y en el espacio público en el que actúan, los personajes son dueños de un saber. De ese saber depende su supervivencia. Tratan, como en todo juego político, de establecer la virtualidad de un tiempo y una historia futura, aún por hacerse, y a la que apuestan desde la perspectiva de la visión y los intereses de su partido. No es una visión objetiva ni desinteresada. Porque cada partido busca el ejercicio del poder. Si bien la novela trata de ser una novela histórica, y es una novela de hechos históricos confirmados (el gobierno de Rosas, la invasión frustrada de Lavalle), tenemos que verla como una novela política partidaria: los hechos que narra son casi contemporáneos del autor (que escribe diez años después de ocurridos los acontecimientos históricos), quien se pone voluntariamente de parte de uno de los bandos en conflicto para contar su historia: su simpatía está con los liberales unitarios (después de haberlos criticado constructivamente), o con los jóvenes liberales que continúan la defensa de los ideales liberales de sus mayores, y está en contra de los federales, en particular del tirano Rosas y de su entorno de personajes corruptos, que incluye miembros del clero, la alta burguesía y el ejército, y de las clases serviciales de la ciudad, en particular sirvientes negros y pequeños comerciantes.
            Las situaciones que narra Mármol tienen toda la viveza de la crónica, son sucesos que el autor cuenta azorado, llevado por la urgencia de su situación: él es un liberal antirrosista, un joven avergonzado del fracaso político de sus padres unitarios, y que tiene que pagar un alto precio por sus errores, por la inconsistencia y por las claudicaciones de sus mayores frente al régimen rosista (Rivadavia había renunciado a la Presidencia y el General Lavalle abandonaría el ataque a la ciudad de Buenos Aires, que en la opinión del ensayista-narrador, lo hubiera llevado a la victoria, volviendo sobre sus pasos y acabando derrotado). Podemos preguntarnos por qué Mármol imita la presentación genérica de la novela histórica, si sólo nos está dando una crónica contemporánea vista desde la perspectiva parcial e interesada de su grupo político: en parte, creo, porque había en esa época una urgencia evidente en registrar la historia nacional que aún no había sido escrita (varias décadas después la escribirían Bartolomé Mitre y Vicente F. López), a la que Mármol aporta sus propios ensayos interpretativos, y porque el autor tiene en esta novela el propósito ambicioso de fundar la novela nacional con un criterio político, romántico e histórico (Shumway 188-213).
            Amalia es la resultante de las ideas y las luchas políticas de la Generación del 37 y Mármol se presenta en su novela como un vocero de las aspiraciones de su grupo. No se identifica con el pueblo como tal (que era rosista), sino con las elites cultas que participaban en las actividades políticas. Es entonces el vocero de una élite política, con militancia partidaria, a la que también pertenecían Echeverría, Sarmiento, Alberdi y Mitre. Notamos en la novela cómo Mármol hace depender la resolución de los conflictos del saber de los personajes y de la conciencia que éstos tienen de sí y de la situación en la que viven. Sus personajes procuran controlar su subjetividad, su conciencia (y la de los otros, actividad del ideólogo y del espía) y el mundo objetivo, el mundo material. Pero puesto que no tienen el suficiente poder para controlar el mundo que desean controlar, los personajes viven en situación de inestabilidad.
            En Amalia asistimos a una verdadera puesta en escena del complejo mundo social y político de la época. Amalia es una novela de estructura “dramática”. Su acción progresa a través de numerosas escenas y los personajes desarrollan sus intrigas, literarias y políticas, mediante extensos diálogos. Están dramatizando el mundo social del rosismo, pero también las aspiraciones y los deseos de los intelectuales pequeño-burgueses antirrosistas.
            El mundo de los románticos personajes antirrosistas: Amalia y Eduardo, Daniel y Florencia, es bello, sofisticado, juvenil, idealista, rico. El autor va preparando a sus héroes para el sacrificio del amor romántico: los amantes, al final de la novela, sólo concretarán su amor en un tálamo nupcial que es también el sitio mortuorio. Su amor está hecho para el sufrimiento, y no para el goce físico. Es un amor patético, sublime. Se consuela en la contemplación del ser amado.
            Mientras la pareja sentimental de Amalia y Eduardo vive su relación amorosa romántica, en un mundo extraño y ajeno al ambiente local, que es grosero e inculto, Daniel se entrega al mundo realista y cruel de la política: el engaño y el ocultamiento, el cálculo y el riesgo hacen a su labor de espía. Si Eduardo es por sobre todo un héroe sentimental (aunque lo sentimental y lo privado no puede quedar totalmente escindido de los conflictos políticos de la hora), Daniel es un héroe político, un hombre que piensa en el destino de su nación primero, y en su vida y seguridad personal después. Es el típico héroe altruista, capaz de salvar a su comunidad. Su objetivo final es la emancipación de su patria de la tiranía y la liberación de sus amigos. Daniel es un fiel exponente del grupo de jóvenes intelectuales, y defiende sus principios de justicia y verdad, denuncia la corrupción y desafía con éxito a la autoridad opresiva.
            Este mundo de Buenos Aires durante la dictadura, tal como lo presenta Mármol, es un mundo dominado por el cinismo, las apariencias y el miedo. Puesto que no se admite la disidencia política legal, todo opositor debe vivir encubierto y actuar de manera encubierta. Esto crea una situación de desconfianza, por cuanto los opositores viven tratando de ocultar su identidad, operando en las sombras para escapar a la persecución. Esa Buenos Aires bajo el rosismo no es una ciudad en la que puedan vivir los liberales, aunque no por eso deje de ser una ciudad moderna. El excesivo control policial, el espionaje y la Mazorca, la falta de prensa libre, el bloqueo francés del puerto de Buenos Aires desde marzo de1838 a octubre de 1840, crean un ambiente político de tensión. Es una ciudad dominada por el enfrentamiento político entre unitarios y federales, fragmentada por la lucha ideológica. Una ciudad en que una clase social, la alta burguesía ganadera e industrial, que organiza el negocio de los saladeros y la venta de cueros, dirigida por Rosas, mantiene un claro liderazgo político. Sus aliados naturales son los sectores populares y proletarios urbanos y rurales: los sirvientes y empleados urbanos, los gauchos y peones rurales, y los obreros de los saladeros y la industria del cuero.
            El Buenos Aires de Amalia es una ciudad relativamente moderna, con movilidad social, en que impera el “mal gusto” de los nuevos grupos sociales en ascenso. Racialmente integrada, los peones rurales y los sirvientes negros parecen tener asegurado un papel político activo como partidarios del régimen. Rosas moviliza a las masas con habilidad, como queda demostrado en “las parroquiales”, cuando sus partidarios organizan demostraciones, llevando el retrato de Rosas por las calles en un carro, al que muchas veces, luego de desenganchar los caballos, arrastran ellos mismos, demostrando su devoción al dictador, y exhibiendo el retrato de éste en las parroquias, para que sea adorado por el pueblo (249-53).
            En el desenlace final de la novela el grupo de jóvenes liberales estaba contra todos y todos estaban contra ellos. Dispuestos todos a escapar, menos Daniel, y ante la resistencia de Amalia que no quiere abandonar su país, aunque al final acepta hacerlo, para poder vivir su romance con Eduardo en Montevideo, la tragedia se cierne sobre ellos. Finalmente tienen que entregarse a su sino romántico aquellos que viven en un mundo sentimental patético: Eduardo y Amalia. Van a casarse en el momento de máximo peligro, sellando su amor ante la muerte, desafiando al mundo con su amor auténtico. Eduardo y Amalia eligen cuidadosamente las ropas de casamiento, en medio de trágicos presagios que les anuncian un fin desdichado. Luego de desposarse y casarse tienen que enfrentar el fin inevitable. La policía entra en la casa y allí la pareja, secundada por sus amigos, da su lucha final. En la lucha Eduardo cae muerto y Amalia se desmaya a sus pies y, cuando ya Daniel, el héroe político, estaba por morir a manos de la partida policial, aparece de pronto su padre para salvarle la vida. Recordemos que la novela había empezado con una situación de peligro en que Daniel salvaba la vida a su amigo Eduardo; en el final, el padre de Daniel, partidario del régimen rosista, aparece para salvar a su hijo. La defensa del mundo político continua: Daniel ha sobrevivido. Daniel el traidor, Daniel el espía, a quien todos tienen por agente de la Mazorca, y que es en realidad un agente unitario opositor a Rosas. Daniel, el conspirador liberal que habrá de continuar la lucha sin cuartel para defender a su patria de la tiranía. El lema dice: libertad o muerte. La lucha era a muerte y había que continuarla hasta el fin. Concluye la trama trágica romántica con la muerte de Eduardo Belgrano y se interrumpe la trama abierta política cuando el padre salva a Daniel. Los jóvenes liberales, a través de él, y gracias a su habilidad intelectual y a su astucia, seguirán luchando. Son patriotas incorruptibles. Luchan por sus valores, por lo tanto nadie puede detener su lucha. No parecen tener intereses materiales. La pequeña burguesía lucha por valores políticos liberales: la libertad, la democracia, la asociación.
            Ha terminado la novela y empezado la Novela. Puesto que Mármol se había propuesto fundar la gran novela nacional de su grupo social. Liberal, idealista. Defendiendo esos valores que no podían entender las masas: la educación, el progreso, la libertad individual, la libertad de comercio, la libertad de prensa. La superioridad intelectual y cultural de la pequeña burguesía frente a las masas. La superioridad de la vida urbana cosmopolita frente a los valores del mundo rural, dominado por la superstición y la ignorancia. Amalia complementa la visión de la barbarie que había dado Sarmiento pocos años atrás en Facundo: Mármol exhibía el mundo íntimo del dictador, su casa, sus satélites y colaboradores, les hacía hablar, mostrar su cobardía, su insidia, su crueldad, su falta de proyectos políticos. Había también, como el sanjuanino, explayado su pluma en ensayos políticos, interpretando, desde su perspectiva liberal, la barbarie y la dictadura rosista, el papel de la religión, la relación entre las masas y el tirano. Pero la fascinación de Mármol no se había limitado a mostrar el mundo monstruoso de la barbarie del caudillismo: había llevado a sus personajes, bellos y jóvenes, al espacio progresista de la novela europea, el género más prestigioso y representativo de la nueva clase en el poder: la burguesía urbana.
            Urbanos, eurocéntricos, hipercultos, intelectuales, progresistas, luchadores, estos jóvenes inquietos de la Generación del 37 crean modelos originales para todo: el periodismo, el ensayo, la literatura. Pero la novela era un género especial: era capaz de describir lo que no podía describir ni el ensayo ni la poesía, géneros que habían alcanzado un buen desarrollo independiente desde la Revolución de 1810. La novela podía describir, sin grandilocuencia ni examen excesivo, las aspiraciones de su clase, y representarlas, en un espacio urbano, que el rosismo trataba de escamotearles, con su escasa sensibilidad cultural. Con el indiscutible logro de esta novela, ya en el marco del fin de la dictadura (que cae en 1852, un año después de la primera edición de Amalia), la literatura argentina se afianza en la modernidad cultural marcada por la pauta literaria europea culta. Esta novela de tema nacional romántico y político, de base histórica, sabe representar para sus lectores el drama de la patria: la dictadura de Rosas. Su forma literaria “madura” ha logrado introducir a sus tipos locales y entendido y explicado la dinámica política de su sociedad, con sus propios personajes. Amalia funda la gran novela (grande tanto por su mérito como por su extensión) nacional argentina, con su ciudad, Buenos Aires, como centro de la vida cultural y política del país, con sus jóvenes intelectuales como líderes de la nación, con su vilipendiado pueblo, incomprendido aún, para quien, según ellos, no había llegado aún la hora, ni podía llegar mientras no se educaran y se transformaran en una clase media culta y responsable. Novela de una nación, literatura de una nación, proyecto político de una clase revolucionaria que no podía ir más allá de su visión de mundo, marcada por sus intereses, sus valores y su utopía de futuro, en la que habían asignado a su grupo: los jóvenes intelectuales eurocéntricos, un papel rector en la dirección del nuevo estado nacional.
                                              

[1]  Elvira B. de Meyer considera a Amalia nuestra “primera novela” y cita diversos experimentos novelísticos contemporáneos a la misma, entre ellos El capitán de patricios, escrita en 1843 pero publicada en 1874, de Juan María Gutiérrez; Tobías o la cárcel a la vela, 1844, narración de Juan Bautista Alberdi; La quena, 1845, novela corta de Juana Manuela Gorriti; Los misterios del Plata, escrita en 1846 y publicada en 1899, de Juana Manso de Noronha; Soledad, 1847, de Bartolomé Mitre; La huérfana de Pago Largo, 1856, de Francisco López Torres; El prisionero de Santos Lugares, 1857, de Federico Barbará; La novia del hereje, 1851, de Vicente Fidel López; Esther, 1851, de Miguel Cané padre. Meyer considera a todas estas novelas como intentos experimentales que buscan crear la gran novela nacional; cree que Mármol es quien logra esto con Amalia. También cita a Sarmiento en Facundo, 1845, que si bien es un trabajo histórico, sociológico, y periodístico, y no una novela, muestra a su autor como un hábil narrador de los temas nacionales (Meyer 220-4). Doris Sommer también está de acuerdo en considerar a Amalia la primera gran novela nacional; dice Sommer: “Amalia is a startling esthetic departure that finally gave form to the passions of Argentina’s early Romantics. That form was the novel, in the most flexible, hybrid, and “non-generic” use of the term.” (110)


  Bibliografía Utilizada

Bakhtin, M. M. The Dialogic Imagination Four Essays. Austin: University of Texas
            Press, 1981. Edited by Michael Holquist. Translated by Caryl Emerson and
            Michel Holquist.
Echeverría, Esteban. Obras completas. Buenos Aires: Ediciones Antonio Zamora, 1951.
            Compilación y biografía por Juan María Gutiérrez.
Gnutzmann, Rita. La novela naturalista en Argentina (1880-1900). Amsterdam: Rodopi,
            1998.
Mármol, José. Amalia. México: Editorial Porrúa, 1971. Prólogo de Juan Carlos Ghiano.
----------. Cantos del peregrino. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires,
            1965. Edición crítica de Elvira B. de Meyer.
Meyer, Elvira B. de. “El nacimiento de la novela: José Mármol”. Adolfo Prieto, Director.
            Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires: Centro Editor de América
            Latina, 1968. 3 tomos. Tomo 1: 217-240.
Prieto, Adolfo, ed. Proyección del Rosismo en la Literatura Argentina. Rosario:
            Universidad Nacional del Litoral, 1959.
Rojas, Ricardo. Historia de la Literatura Argentina. Ensayo filosófico sobre la evolución
             de la cultura en el Plata. Buenos Aires: Editorial Kraft, 1960. Tomo 6.
Said, Edward W. Representations of the Intellectual. New York: Vintage Books, 1996.
Sampay, Arturo Enrique. Las ideas políticas de Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires:
            Juárez Editor, 1972.
----------. Facundo. Civilización y barbarie. Madrid: Ediciones Cátedra, 1990. Edición 
             de Roberto Yahni.
Shumway, Nicolás. The Invention of Argentina. Berkeley: University of California Press,
            1991.
Sommer, Doris. Foundational Fictions. The National Romances of Latin America.
            Berkeley: University of California Press, 1991.
Viñas, David. Literatura argentina y realidad política. Buenos Aires: Centro Editor de
            América Latina, 1962.



Publicado en Alberto Julián Pérez. 
Los dilemas políticos de la cultura letrada
Buenos Aires: Corregidor, 2002: 151-178.


        

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